lunes, 5 de abril de 2010

Estados sin Administración

Los males de Haití

Por Cristina Muñoz

Hace casi dos meses, un devastador terremoto de intensidad 7 en la escala de Richter se llevó por delante la capital de Haití, Puerto Príncipe, dejando a su paso decenas de miles de muertos y heridos, así como un estado de caos absoluto. El seísmo sirvió para situar al país más pobre de Latinoamérica en el mapa, y dar cuenta de la terrible situación que ya existía, pues Haití ya era sinónimo de miseria absoluta y de ausencia total de Estado desde su independencia en 1804.

El 12 de enero, y los días posteriores, no se hablaba de otra cosa. Ni en los medios de comunicación, ni en la calle, donde mucha gente todavía confundía Haití con Tahití, o lo situaba directamente en África al ver las imágenes de personas de color rodeadas de muerte y miseria.

Todo el mundo se lamentaba de lo que había ocurrido después de que la tierra se abriera en Puerto Príncipe. La ayuda inmediata no se hizo esperar. Esfuerzos multiplicados de las ONG, aviones de ayuda internacional, pequeñas aportaciones de personas anónimas… y los Estados Unidos tomando el control de la situación.

“Se está trabajando para recuperar una cierta normalidad. Ha sido lento y dificultoso todo lo referido a la logística por el caos, el desorden y la falta de autoridad, pero sabemos por nuestras contrapartes que se han organizado para distribuir la ayuda a todos los que forman parte de su proyecto”, explicaba Waldo Fernández, coordinador de proyectos de Centroamérica y Caribe de Manos Unidas.

Fernández señalaba que tras el seísmo, los primeros proyectos en los que se volcaron “eran de ayuda urgente e inmediata, fundamentalmente agua y alimentos”, y añadía que “en la medida en que se va atendiendo lo más urgente, la ayuda inmediata, comienza el proceso para identificar las necesidades y priorizarlas para darles respuesta”.

El terremoto ha dejado un balance de 212000 personas fallecidas, así como centenares de miles de heridos y más de un millón de personas sin hogar, según el gobierno haitiano.

Muchas personas han optado por huir de la ciudad y volver al campo, a las aldeas donde vivieron hace tiempo; otros seguirán viviendo de las ayudas externas, y los niños, los más vulnerables, ya han sido el blanco perfecto de las mafias dedicadas al tráfico de menores. Para intentar frenar este último problema, se han adoptado, con el apoyo de las Naciones Unidas, algunas medidas, entre las que se encuentran las visitas a los hospitales para asegurar que su personal acredita la identidad de cualquier persona que se lleve a un niño. Pero, como señalaba Waldo Fernández “es imposible evitar situaciones como estas cuando existe un estado de caos”. “Aunque el caos ya reinaba en Haití antes del terremoto y la pobreza estaba instalada en el país”, añade el coordinador de proyectos de Manos Unidas.
Juan José Revenga, periodista, director y productor de documentales, quien ha estado en Haití en diversas ocasiones, coincide con esta opinión, y asegura que “Haití ha sido una miseria desde que obtuvo la independencia”.

El país del caos
Una continua sucesión de dictadores, una carencia total de sistema administrativo, educativo y de salud, así como sucesivos desastres naturales, serían las causas de este estancamiento de Haití en la pobreza, la violencia y la ignorancia. Revenga añade un factor más: “El fanatismo religioso del vudú, que practica el 90 por ciento de la población”.

El abogado y especialista en comercio internacional Emilio Nouel sostiene también que el haitiano “es un pueblo en extremo supersticioso, y creo que esa es una de las causas de su atraso. Por ejemplo, vi vender, en mi primer viaje al país, al lado de las estampas de santos católicos, las del presidente Baby Doc y su esposa, como si fueran también ellos santos. Se suponía, igualmente, que el presidente era el ounga o houngans mayor, es decir, el sacerdote máximo del vudú”.

Las estadísticas hablan por sí solas: la mitad de la población haitiana no sabe leer ni escribir; tan solo el 35 por ciento tiene empleo –la mayoría precario– y el 80 por ciento vive bajo el umbral de la pobreza –de ellos, el 54 por ciento en la pobreza extrema. Además Haití ocupa el puesto número 154 de los 179 países del Índice de Desarrollo Humano y posee la renta per cápita más baja de América.

“Las condiciones de pobreza, ignorancia, miseria e insalubridad son espantosas. Hay mucha hambre y desnutrición infantil y apenas comen carne, tan solo una o dos veces al mes, con suerte. Además, muchas enfermedades (como el tifus, el dengue, la fiebre amarilla o el sida) causan la muerte a miles de niños y adultos”, indica Nouel. “Cuando veo que han rescatado a personas de los escombros después de semanas sin comer ni beber, pienso que eso solo lo puede lograr un haitiano, acostumbrado a no probar bocado en muchos días”, asegura el abogado.

Nouel sostiene que “el problema político, económico y social de Haití es estructural, y lo arrastra desde su fundación. Prácticamente, allí no ha existido un Estado que pueda llamarse tal. Su clase política ha sido de muy bajo nivel, mediocre, y si a ello sumamos el aislamiento que siguió durante muchos años a su independencia y una economía de subsistencia, se crean unas condiciones de precariedad que explican por qué el país no ha conseguido despegar. Sin instituciones sólidas, sin educación, con un vasto analfabetismo y sin una estructura económica moderna, el país ha marchado mal e irá a peor si no se cambia este curso”.

Según Javier Pinazo, doctor en Derecho y profesor de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad CEU Cardenal Herrera, “los problemas en Haití son los propios de todas las situaciones de vacío de Administración; altas tasas de criminalidad, corrupción extrema, un extenso mercado informal, burocracia impenetrable, ineficacia judicial, interferencia militar en la política, cuerpos parapoliciales o partisanos y agresión a los recursos medioambientales”.

Una historia de oscuridad
Haití está situado en la mitad occidental de la isla La Española, la primera tierra atisbada por Cristobal Colón a su llegada a América en 1492. La isla se integró en el Imperio Español hasta que, en 1697, se cedió una parte a Francia. Haití se convirtió así en una colonia francesa formada por unos 300000 esclavos traídos de las costas del África Occidental (las actuales Nigeria y Benin) y 12000 personas libres, blancos y mulatos en su mayoría.

A mediados del siglo XVIII comenzó a gestarse una revolución que daría como resultado la primera independencia de una colonia caribeña, en 1804. La independencia, según la leyenda, fue firmada sobre la piel de un general francés con una bayoneta como pluma y sangre como tinta.

De acuerdo con Juan José Revenga, “el 14 de agosto de 1791 se produjo la noche de Bois Caiman, en la que un grupo de esclavos negros reunidos alrededor de una gran hoguera realizó la primera ceremonia vudú en el Caribe, la cual dirigió un brujo llamado Boukman que acababa de llegar de África”. “Lo único que pasaba por la cabeza de aquellos hombres –continúa Revenga– era la sed de venganza contra el hombre blanco, que los había sacado de sus tierras y los tenía trabajando como animales en las plantaciones.”

La noche de Bois Caiman se propuso derrocar al gobierno francés y representó el inicio de la revolución haitiana, que culminó con la independencia de este país en 1804. Además, Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, aquella esperanzadora oportunidad se malogró rápidamente con la sucesión de gobernantes incompetentes y sanguinarios, el primero de los cuales fue Jean Jacques Dessalines, quien se autoproclamó emperador en cuanto subió al poder.

“Haití fue uno de los países pioneros de la región en iniciar el proceso emancipador y abolicionista de la lacra histórica de la esclavitud, y, sin embargo, resulta paradójico que no haya aprovechado esta ventaja comparativa”, señala Javier Pinazo.

La inestabilidad política de Haití fue el pretexto que llevó a Estados Unidos a invadir el país en 1915. Washington nombró a los presidentes, “los famosos our boys, como llamaba la CIA a los presidentes impuestos”, explica Revenga. “Hasta que el 22 de octubre de 1957 subió al poder Françoise Duvalier, conocido como Papa Doc, uno de los presidentes más duros, que impuso el vudú como religión oficial y se trajo a los mejores brujos de África”, añade Revenga.

Muchas fuentes aseguran que Duvalier logró mantenerse en el poder hasta su muerte, en 1971, gracias a que tenía atemorizada a la población con amenazas de ‘atrapar su alma’ e incluso de zombificación, que es, según Revenga “el máximo castigo del vudú”. “La zombificación consiste en quitar la voluntad a alguien a través de unos polvos cuya base está hecha a partir de la espina del pez globo. El contacto con estos polvos hace que el corazón palpite a dos o tres pulsaciones por minuto. El médico da a la persona por muerta y se la entierra, pero a los dos días los brujos la desentierran y la despiertan. Como no tiene voluntad, el zombi se ha utilizado como esclavo durante muchos años”, explica Revenga.

En opinión del profesor de Ciencia Política y de la Administración, Javier Pinazo, “el régimen dictatorial de Duvalier impidió la consolidación democrática al dejar sin efecto a la asamblea legislativa, Duvalier impuso el estado de sitio en mayo de 1958 y gobernó por decreto, con una asamblea de títeres seguidores, mientras la población permanecía amedrentada por el aparato represor de los ‘tom-tom macoutes’ (literalmente, ‘hombres del saco’)”.

Además, Duvalier se autoproclamó como mandatario vitalicio. A su muerte le sucedió su hijo Jean Claude, conocido como Baby Doc. Jean Claude Duvalier gobernó durante 15 años. Huyó en 1986, y según Revenga, “terminó con lo poco que quedaba del país”.

Tras la huída de Baby Doc, se sucedieron diferentes gobiernos militares y se produjo una nueva ocupación americana en 1991. Tras una grave crisis interna en el país y la caída del presidente Aristide, intervinieron los “Cascos azules” de la ONU, y en 2006 René Preval fue elegido nuevo presidente.

Pero, como asegura Pinazo, “las esperanzas fracasadas del gobierno de Aristide han sido el último golpe. Sin estabilidad política de naturaleza democrática no es posible una infraestructura institucional que permita el desarrollo social y económico”.

Un estado fallido
Por si fuera poco, la naturaleza se ha confabulado con los problemas políticos y sociales de Haití, contribuyendo a hundir al país caribeño en la más profunda miseria.

Las Antillas son un lugar preferente para huracanes, tifones y terremotos, pero si además añadimos que las casas de los haitianos son chabolas construidas con cualquier material de deshecho, los efectos son, lógicamente, más devastadores.

Haití está considerado un ‘Estado fallido’, término utilizado por primera vez por Cruz Roja en 1999, y que el profesor Pinazo identifica con “la inexistencia o ineficacia del Estado como aparato administrativo, lo que debilita al Gobierno al tener poco control sobre su territorio y población. En definitiva, al no existir Administración la acción gubernamental no puede hacer cumplir las leyes, ni tampoco ofrece un soporte estable y fiable para las prestaciones públicas”.

Para el profesor Pinazo, a la situación de Haití ha contribuido también el hecho de que “los países desarrollados no han cumplido los Objetivos del Milenio, entre cuyas acciones contextuales se encontraba Haití”.

Waldo Fernández, coordinador de proyectos de Centroamérica y Caribe de Manos Unidas, coincide en afirmar que “la comunidad internacional tiene gran culpa de lo que ha pasado en Haití históricamente. Haití era una pradera verde que cultivaba arroz para vivir sin pasar hambre cuando el Fondo Monetario Internacional intervino y cambió las reglas del juego”.

Publicado en Servimedia, numero de abril (http://www.servimedia.es)

Este artículo tiene su origen en el artículo de Javier Pinazo titulado 'Haiti, otro estado sin Estado' publicado en Opinión, Las Provincias, 22 de enero de 2010 http://jpinazoh.blogspot.com/2010_01_01_archive.html

Estadisticas